martes, 26 de febrero de 2008

A TOMATE PASADO

He vuelto después de una emporada de "retiro" en la que me he dedicado a escribir un libro que ya os iré desgranando. De uno de mis "documentos" en la fallecida revista GALA, tras varios meses de embarazo ha nacido una criatura ¿Literaria?... bueno, que se venderá en librerías.
Pero después de esta justificación por la ausencia, si queréis os la firma mi padre... a lo que iba.
Me ha pillado de lleno la marcha del Tomate. No quise escribir nada en caliente porque era tal el aluvión de información... que me parecía que sólo iba a ser una más. Portadas de periódicos, revistas, columnas de opinión... los teléfonos sin parar de sonar y todo para saber qué había de cierto en el cierre.
Lo único cierto es que muchas personas -unas 60- se quedaron sin trabajo.
Por suerte, como todos los profesionales del medio somos capaces de distinguir -bueno todos no, que hay alguna productora muy incomprensiva- entre lo que dicen los presentadores y la labor de los que hacen de un programa un éxito... pues la mayoría está ya trabajando. Pero digo la mayoría.
Y es lo que me interesa de todo este follón: Nuestro trabajo está siempre en el aire, en entredicho, por el suelo, en las cunetas... ¿Es medianamente justo que se nos tenga en tan baja consideración?
Cualquier teleoperadora tiene un contrato indefinido. Es muy fácil deshacerse de ella: 45 días por año trabajado y a la calle si no cumple...
Nosotros vamos a la calle aunque cumplamos y sin mediar palabra.
Y si eso ocure con un trabajador medio, no digo ya un licenciado en cualquier otra disciplina: médicos, abogados, ingenieros, químicos, o profesores...
¿Acaso alguien se ha planteado que un colegio, instituto, universidad... contrate a un profesor "por obra" en septiembre, lo despida en diciembre, lo vuelva a contratar en enero y con suerte llegue a junio?
No quiero dar ideas, pero así vivimos nosotros. Ni la audiencia nos salva.
Cuando un gestor decide que hay que "cargarse" un programa es como cuando un general romano mandaba una legión al campo de batalla: medía el riesgo contando el número posible de bajas... es decir, de hombres muertos.
¡Y qué alguien de la profesión pueda decir que se alegra de que haya terminado el tomate!